Eduardo Cardozo
Memoria del espacio
“Paisaje”. Todo empieza en un rincón del cuarto —la palabra “habitación” sería excesiva para nombrar este lugar austero—, el piso de tablas manchado de pintura, el zócalo incompleto, las paredes descascaradas y casi vacías, donde la presencia de unas indiscernibles láminas en precario equilibrio hace más evidente el despojamiento general. En el piso un par de pomos vacíos confirman que estamos en el taller del artista.
Los demás cuadros de la serie suman otros objetos, pocos, selectos. Sillas donde se apoyan los materiales, una estantería con libros en desorden, un balde de pintura en el suelo o un cuadro de otra época recostado a la pared son los protagonistas de interiores silenciosos. Hay también asientos vacíos que imperan inmóviles sobre las tablas como personajes de Beckett.
En una de estas pinturas, una de aquellas “telas” creadas por el artista cuelga de un clavo y en el nuevo marco semeja una frágil prenda que alguien dejó olvidada. En otra se atisba, detrás de la silla protagónica, una figura de mujer en pequeño formato, casi una cita, de un pintor admirado; es la Duquesa del Carpio retratada por Goya, que Cardozo descubrió en el Louvre, y cuya tristeza lo conmovió. No hay otras figuras humanas. Aquí no hay personas, pero están las huellas de lo humano, de la vida y del arte. No es preciso excavar para advertirlas, estas no son ruinas. Alcanza con mirar el tiempo suficiente para advertir la telaraña en lo alto de un techo color cielo, un zapato perdido de su dueño y, ante todo, la presencia cercana del pintor. Sentir que acaba de dejar el pincel sobre la silla o que sigue parado frente a la tela, fuera de campo, pero en el lugar preciso desde donde todavía observa el cuadro inacabado.
Ana Inés Larre Borges
Extracto del Catálogo Eduardo Cardozo: Memoria del espacio