Eduardo Cardozo

Obras recientes
Maldonado, Uruguay

Eduardo Cardozo, Obras recientes

2020

Galería Sur presenta en Casa Colonial, Maldonado una selección de obras recientes de Eduardo Cardozo. La exposición reúne obras en pequeño y mediano formato, así como dos instalaciones de gran formato.
La paleta de Cardozo, al servicio de su continua metamorfosis entre lo figurativo y lo abstracto, se ha ido modificando de forma paulatina, a lo largo de los al’los, por una estricta coherencia interna, pasando, sin choc, de preeminencias terrosas a otras azuladas: en todo caso siempre primando una insistida presencia de la naturaleza -la tierra, el aire, el agua- como estímulo primigenio. Ahora, en su fase aéro-acuática, con esta nueva serie, da una vuelta de tuerca con respecto a la cuestión material, matérica de su labor. Ya no se trata de insertar algo en la tela, como si lo habla hecho en precedencia, sino del gesto, en cierta medida autorreferencial, de esculpir, de «trabajar» la tela misma, deformándola, desfigurándola y sólo luego pintándola.

en todo caso siempre primando una insistida presencia de la naturaleza –la tierra, el aire, el agua– como estímulo primigenio. Ahora, en su fase aéro-acuática, con esta nueva serie, da una vuelta de tuerca con respecto a la cuestión material, máterica de su labor. Ya no se trata de insertar algo en la tela, como sí lo había hecho en precedencia, sino del gesto, en cierta medida autoreferencial, de esculpir, de “trabajar” la tela misma, deformándola, desfigurándola y sólo luego pintándola. Lo que hacía tiempo había colapsado, ideal y felizmente, en muchas de las imágenes cardozianas, o sea la certeza de una estructura que soporte sus derroteros cromáticos, se torna aquí cruda realidad, se traduce airadamente en lienzos maltratados, lacerados, contusos y confusos.
Cardozo manipula las arpilleras que va deshilachando, una cuerdita a la vez, alterando irremediablemente la trama de los hilos, dejando brotar agujeros brutales, lesiones irreparables, orificios inusitados (casi queriendo afirmar que no hay trama sin trauma). A estos, alterna magistralmente daños menos graves, apenas indicios de dislocación, exiguas desfloraciones, e incluso minúsculas zonas incorruptas, creando una renovación asombrosa del entramado, entendible tanto como plot –algo así como una narrativa de lo inenarrable (lo abstracto)– que como textura (la piel del cuadro, desnudando sus más íntimas excoriaciones). La superficie de cada pieza se vuelve así un terreno accidentado donde las fibras que la componen viven al borde del derrumbe total, en un estado de precoz disolución, estatus que mientras exhibe su congoja, a la vez reorganiza sus formas, intriga con sus nuevos recorridos, aturde con sus irregularidades. Hay variaciones: a veces, para dar volúmenes a estas creaciones, aparece una suerte de esqueleto que tensa esa dermis pictórica, unos mimbres impertinentes que traspasan el cuadro, inflando aún más el cuerpo detrítico del lienzo, inflamando sus cicatrices. En otras piezas aparecen pedazos de yeso pegados al entramado violado, retazos de las paredes del taller del artista, casi en función reparadora de la ofensa.
Así Cardozo, que fue alumno en juventud del destacado tapicista uruguayo Ernesto Aroztegui, vuelve a aquel oficio, pero operando “en negativo”: va “destejiendo” las telas, como fue mencionado, y, en contados casos, crea también nuevas con los descartes de las demás, reanudando estos hilos abandonados en mallas espaciadas puestas a dialogar –aún en un monocromático silencio– con sus propias sombras y con un suplemento de sombras dibujadas por el mismo artista en la pared, enredando los planos reales y ficticios.
A la postre, la metáfora del lienzo herido no resulta ser sólo marca de desolación, fracaso o crisis, sino también, gracias a su poder para pasmar, chance de re-pensar cómo practicar la pintura expandiéndola, sin salir del cuadro.

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